Una de las tradiciones más extendidas en nuestro país consiste en colocar un belén durante las fiestas navideñas. Pero pocos saben que esta costumbre fue idea de San Francisco de Asís.
Pocas cosas son tan navideñas como el belén, nacimiento o pesebre (del latín praesepe, cercado o lugar donde se guarda el ganado). Es ante las figuritas de barro, arcilla o materiales sintéticos de los últimos tiempos donde toda la familia se reúne para rezar en algunos casos o sencillamente para divertirse y cantar villancicos durante la Navidad.
Origen
Su origen ha sido objeto de ciertas polémicas, pero parece bastante documentado. Aunque el belén como tal nació en el siglo XIII, la simbología que en él se recrea, con la Sagrada Familia, los pastores, el buey y el asno, se remonta a los tiempos en los que el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio Romano tras el Concilio de Nicea (año 325). Con su nuevo estatus de religión imperial, el cristianismo necesitó hacerse con toda una simbología ortodoxa que lo diferenciara claramente de las muchas herejías cristianas que en aquellos tiempos fructificaban dentro del Imperio Romano y de las que era necesario desembarazarse. Así, nos encontramos con un gran trozo de sarcófago datado en el año 343 en el que se observa una imagen con unas figuras que parecen pastores adorando al Niño, junto a un asno y un buey. Esta pieza se encontró en las catacumbas de San Sebastián (Roma) en el año 1877. Aproximadamente de la misma época es otro fragmento de sarcófago romano encontrado en unas excavaciones realizadas en la parte romana de Barcelona en el que se puede ver a la Virgen, el Niño y unos personajes que podrían emular a unos primitivos Reyes Magos, aunque esto último es un tanto dudoso. Estas representaciones tienen su origen posiblemente en los escritos de Mateo y Lucas, pero también en el Evangelio apócrifo conocido como Pseudo Mateo.
Curiosamente, en los primeros tiempos del reconocimiento del cristianismo como religión oficial, principalmente a partir del siglo VI, se dio la extraña circunstancia de que las pinturas que reproducían la Natividad eran muy naturales, hasta el punto de representar, como dice el escritor Pepe Rodríguez, a María como una mujer dolorida
por el esfuerzo de haber parido y que, por ello, se recuesta en una litera (al estilo romano) y está rodeada por dos parteras, que en un texto apócrifo se identifican con los nombres de María Salomé y Zaloni y que lavan con cuidado y mimo al Niño en un barreño o pequeña bañera. A partir de principios del siglo XIV desaparecen por completo estas escenas y la Virgen se presenta generalmente de rodillas o en actitud de adorar a su Niño-Dios.
El padre de los belenes
Pese a que vemos que los orígenes de esta simbología son muy antiguos, no es hasta el siglo XIII cuando el nacimiento cobra una importancia crucial entre los símbolos cristianos gracias a San Francisco de Asís (1181-1226), fundador de la Orden Franciscana y de las Hermanas Clarisas. Este personaje, llevado a los altares en la Edad Media, estuvo muy cerca de ser acusado de hereje debido a su afición a predicar la pobreza, en contra de las costumbres de otras órdenes religiosas del momento y del Vaticano en especial. En el año 1223, tres antes de su muerte, San Francisco, procedente de Belén, donde había asistido a una emotiva fiesta de la Natividad en el interior de la cueva donde supuestamente había nacido el Niño Dios, llegó a Italia impresionado por lo que había visto en Tierra Santa. Una vez en la población de Greccio, pensó en celebrar una fiesta de Navidad de gran solemnidad que impactara en los fieles que acudieran a ella. Para ello era necesario el permiso del polémico papa Savelli, conocido como Honorio III (1216-1227), antiguo preceptor del emperador Federico II. El pontífice mantenía buenas relaciones con el santo italiano, lo que quedó plasmado en el famoso cuadro de Giotto que se encuentra
en la basílica de Asís, en el que se ve al santo y el Papa en actitud de total cordialidad. Estas buenas relaciones hicieron que este último diera permiso al de Asís para celebrar la ceremonia. Francisco escogió una cueva, que según algunas tradiciones era posesión de un rico comerciante de nombre Giovanni.
Hizo instalar en su interior un altar y un pesebre con paja, y colocó en su interior la imagen en piedra del Niño Jesús y, junto a él, un asno y un buey vivos. El hecho de poner estos dos animales tenía relación con un escrito de Isaías que dice “Conoce
el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo”. El santo decidió celebrar una multitudinaria misa aquella noche de Navidad y pidió que todo el que pudiera se acercara para rezar por el nacimiento del “rey de los pobres”. Se dice que llegaron miles de hombres, mujeres y niños con velas y teas encendidas. Cuenta la tradición que sucedió un milagro y que la figura de piedra que había en el pesebre cobró vida. Algunos aseguran que sucedió cuando San Francisco tomó la imagen en sus brazos. Aquel supuesto milagro corrió de boca en boca, y por toda Italia empezaron a hacerse belenes en las casas tanto de los humildes campesinos como de los ricos prohombres y comerciantes. Esta costumbre empezó en Umbría. Más tarde se extendió por toda la Península Itálica y por islas cercanas, pero muy especialmente se acomodó en Nápoles, donde se convirtió en todo un arte.
Implantación en España
Curiosamente, en un país tradicionalmente tan católico como España no llegó realmente el nacimiento hasta el reinado de Carlos III (1716-1788), quien no olvidemos que era también rey de Nápoles. El monarca borbónico trajo a tierras españolas (o bien hizo construir expresamente) su célebre Belén del Príncipe,
un regalo que había ordenado hacer para su hijo, el futuro Carlos IV, y que estaba compuesto solamente por la Virgen, San José, el Niño, el buey y el asno. Pocos años más tarde la tradición pesebrística se había extendido por todo el reino y en ciudades como Barcelona se exponían nacimientos en templos y conventos durante la Navidad. Con la llegada del siglo XIX los nacimientos se hicieron habituales en los hogares españoles y aquella imagen simbólica que quiso recrear el santo franciscano en el interior de una cueva pasó a formar parte de las festividades navideñas de cualquier familia española.
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